Descubre los cuentos sobre las emociones para adultos y algunos cortos que merecen la pena para educar en inteligencia emocional.

alike

Alike (Parecidos) Video para trabajar las emociones.

Corto que nos invita a considerar la cotidianeidad y la rutina: cómo lo monótono puede frenar nuestras sensaciones, nuestro contacto con otros y la capacidad de apreciar lo bueno que nos rodea. Esta actitud sombría puede resultar contagiosa y habrá que enfocarse en cómo recuperarla. Alike nos muestra la relación de un padre con su hijo y el camino que transitan para restaurar sus emociones y sus ganas de vivir. El padre, Copi, renueva su esperanza y le regresa a su hijo, Paste, la inocencia, capacidad de asombro y creatividad. ¿No te encantan los simpáticos nombres de los protagonistas?

 

 

bridge

Bridge (El puente) Video para trabajar la resolución de conflictos.

Tener el ánimo de conciliar, una actitud ganar-ganar, es primordial para el desarrollo de la inteligencia emocional. En El puente nos muestran a un par de personajes que no están dispuestos a ceder. Al comentar la historia con nuestros hijos o alumnos, podemos destacarlos como ejemplo de egoísmo y testarudez. Es ideal que se reflexione sobre las características de los personajes y las emociones que pudieron haber llevado a la situación de conflicto, así como aprovechar la conversación para enfatizar la poderosa herramienta que es la comunicación, el diálogo y la negociación.

 

 

escalera

Cuerdas. Video para trabajar la inclusión, la amistad y la empatía.

El cuento narra la historia de un niño llamado Nico, que llega nuevo al colegio de María. Él es un niño callado, tímido, no se ríe…por lo que el resto de sus compañeros no le hace mucho caso. Sin embargo, María ve mucho más allá de su discapacidad (Nico va en silla de ruedas) y con ayuda de unas cuerdas, idea la manera de que Nico pueda hacer lo mismo que hace ella, a pesar de su limitación. Nico y María, se hacen amigos inseparables, pero un buen día, Nico ya no está más en clase, no sabe dónde ha ido, cree que otro colegio, pero no vuelve a verlo. María, nunca olvida todos los momentos vividos junto a su gran amigo Nico, y cuando el tiempo pasa, y ella se hace mayor, decide estudiar educación especial, para trabajar en un colegio y así poder ayudar y enseñar a otros niños, como hizo con su Nico.

 

erizo

Historia de un Erizo. Video para trabajar valores de igualdad, empatía y bullying. 

Erizo es nuevo en la escuela y su primer día no es nada fácil. Aunque una de sus compañeras lo recibe con un saludo y una sonrisa, otros animales de la clase deciden mover sus puestos para alejarse un poco de él. En el bus escolar, las cosas no son muy diferentes… Erizo intenta encontrar un puesto, sin embargo, no tiene éxito. Pero no todos los estudiantes son tan malos con él. En el recreo, algunos de ellos quieren integrarlo en su juego y le lanzan un balón de fútbol. Pero una vez más, las cosas no resultan bien. El balón se desfinla porque Erizo tiene un gran problema: sus espinas.

Las espinas no le permiten integrarse fácilmente, pero además, no permiten que los otros animales lo integren con facilidad. Cuando utilizan el columpio, nadie puede empujar a Erizo; cuando se sienta junto a su amiga en el bus, la hiere con sus espinas, y un día, hasta lo dejan sólo en la sala de clase… Pero no todo es tan malo como parece.

Es navidad y una alumna tiene una gran idea: darle un regalo muy especial a Erizo. Todos se reúnen y cuándo él menos lo espera, le entregan su regalo. Erizo lo abre y encuentra los clásicos pedazos de espuma que se utilizan para rellenar las cajas; no hay nada más allí, así que cree que es una simple broma. Luego, una de sus compañeras le demuestra que esas espumas tienen una función: cubrir sus espinas, aquellas que no han permitido que los demás se acerquen. En ese momento, todos lo abraza y todo toma un rumbo distinto.

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amigos-jovenes-abrazados-sofa_1098-3022La silla. Cuento para trabajar sobre la amistad. 

Había una vez un chico llamado Mario a quien le encantaba tener miles de amigos. Presumía muchísimo de todos los amigos que tenía en el colegio, y deque era muy amigo de todos. Su abuelo se le acercó un día y le dijo:
– Te apuesto un bolsón de palomitas a que no tienes tantos amigos como crees, Mario. Seguro que muchos no son más que compañeros o cómplices de vuestras fechorías.
Mario aceptó la apuesta sin dudarlo, pero como no sabía muy bien cómo probar que todos eran sus amigos, le preguntó a su abuela. Ésta respondió:
– Tengo justo lo que necesitas en el desván. Espera un momento.
La abuela salió y al poco volvió como si llevara algo en la mano, pero Mario no vio nada.
– Cógela. Es una silla muy especial. Como es invisible, es difícil sentarse, pero si la llevas al cole y consigues sentarte en ella, activarás su magia y podrás distingir a tus amigos del resto de compañeros.
Mario, valiente y decidido, tomó aquella extraña silla invisible y se fue con ella al colegio. Al llegar la hora del recreo, pidió a todos que hicieran un círculo y se puso en medio, con su silla.
– No os mováis, vais a ver algo alucinante.
Entonces se fue a sentar en la silla, pero como no la veía, falló y se calló de culo. Todos se echaron unas buenas risas.
– Esperad, esperad, que no me ha salido bien – dijo mientras volvía a intentarlo.
Pero volvió a fallar, provocando algunas caras de extrañeza, y las primeras burlas. Marió no se rindió, y siguió tratando de sentarse en la mágica silla de su abuela, pero no dejaba de caer al suelo… hasta que de pronto, una de las veces que fue a sentarse, no calló y se quedó en el aire

Y entonces, comprobó la magia de la que habló su abuela. Al mirar alrededor pudo ver a Jorge, Lucas y Diana, tres de sus mejores amigos, sujetándolo para que no cayera, mientras muchos otros de quienes había pensado que eran sus amigos no hacían sino burlarse de él y disfrutar con cada una de sus caídas. Y ahí paró el numerito, y retirándose con sus tres verdaderos amigos, les explicó cómo sus ingeniosos abuelos se las habían apañado para enseñarle que los buenos amigos son aquellos que nos quieren y se preocupan por nosotros, y no cualquiera que pasa a nuestro lado, y menos aún quienes disfrutan con las cosas malas que nos pasan.

Aquella tarde, los cuatro fueron a ver al abuelo para pagar la apuesta, y lo pasaron genial escuchando sus historias y tomando palomitas hasta reventar. Y desde entonces, muchas veces usaron la prueba de la silla, y cuantos la superaban resultaron ser amigos para toda la vida.

Pedro Pablo Sacristán.

 

El cuento de la tortuga. Cuento para trabajar el enfado y la impulsividad 

Hace mucho tiempo, vivía una tortuga pequeña y risueña. Tenía 5 años. Se llamaba Torti. A Torti no le gustaba ir a la escuela. Prefería quedarse en casa con su madre y su hermanito. No quería estudiar ni aprender nada: sólo le gustaba correr y jugar con sus amigos, o pasar las horas mirando la TV. Le parecía horrible tener que leer y leer, y hacer esos terribles problemas de matemáticas que nunca entendía. Odiaba con toda su alma escribir y era incapaz de acordarse de apuntar los deberes que le pedían.

Tampoco se acordaba nunca de llevar los libros ni el material necesario a la escuela. En clase, no escuchaba a la profesora y se pasaba el rato haciendo ruiditos que molestaban a todos. Cuando se aburría, que pasaba a menudo, interrumpía la clase chillando o diciendo tonterías que hacían reír a todos los niños.

A veces, intentaba trabajar, pero lo hacía rápido para acabar enseguida y se volvía loca de rabia cuando, al final, le decían que lo había hecho mal. Cuando pasaba esto, arrugaba las hojas o las rompía en mil trocitos. Así pasaban los días…

Cada mañana, de camino hacia la escuela, se decía a sí misma que se tenía que esforzar en todo lo que pudiera para que no le castigaran.Pero, al final, siempre acababa metida en algún problema. Casi siempre se enfadaba con alguien, se peleaba constantemente y no paraba de insultar. Además, una idea empezaba a rondarle por la cabeza: «soy una tortuga mala» y, pensando esto cada día, se sentía muy mal. Un día, cuando se sentía        más triste y desanimada que nunca, se encontró con la tortuga más grande y vieja de la ciudad. Era una tortuga sabia, tenía por lo menos 100 años, y de tamaño enorme. La gran tortuga se acercó a la tortuguita y deseosa de ayudarla le preguntó qué le pasaba.

– ¡Hola! -le dijo con una voz profunda- te diré un secreto: no sabes que llevas encima de ti la solución a tus problemas»

Torti estaba perdida, no entendía de qué le hablaba.

-¡Tu caparazón! exclamó la tortuga sabia. Puedes esconderte dentro de ti siempre que te des cuenta de que lo que estás haciendo o diciendo te produce rabia. Entonces, cuando te encuentres dentro del caparazón tendrás un momento de tranquilidad para estudiar tu problema y buscar una solución. Así que ya lo sabes, la próxima vez que te irrites, escóndete rápidamente».pasos tortuga

A Torti le encantó la idea y estaba impaciente por probar su secreto en la escuela. Llegó el día siguiente y de nuevo Torti se equivocó al resolver una suma. Empezó a sentir rabia y furia, y cuando estaba a punto de perder la paciencia y de arrugar la ficha, recordó lo que le había dicho la vieja tortuga. Rápidamente encogió los bracitos, las piernas y la cabeza y los apretó contra su cuerpo, poniéndose dentro del caparazón. Estuvo un ratito así hasta que tuvo tiempo para pensar qué era lo mejor que podía hacer para resolver su problema. Fue muy agradable encontrarse allí, tranquila, sin que nadie le pudiera molestar.

Cuando salió, se quedó sorprendida de ver a la maestra que le miraba sonriendo, contenta porque se había podido controlar. Después, entre las dos resolvieron el error («parecía increíble que con una goma, borrando con cuidado, la hoja volviera a estar limpia»). Torti siguió poniendo en práctica su secreto mágico cada vez que tenía problemas, incluso a la hora del patio. Pronto, todos los niños que habían dejado de jugar con ella por su mal carácter, descubrieron que ya no se enfadaba cuando perdía en un juego, ni pegaba sin motivos. Al final del curso, Torti lo aprobó todo y nunca más le faltaron amiguitos.

 

Claudia y su asertividad. Cuento para trabajar la asertividad.

Cuando Claudia entró en casa, su rostro mostraba agotamiento y tristeza. Normalmente siempre volvía muy contenta del colegio, así que su abuela comprendió enseguida que algo había ocurrido en el colegio.

– Claudia ¿quieres que salgamos a merendar? Han abierto una pastelería nueva y los pasteles tienen un aspecto delicioso – preguntó la abuelita.

– Gracias abuela, pero no tengo mucho apetito.

– Bueno cariño, pues si quieres me cuentas primero lo que te pasa y cuando te encuentres mejor y más alegre nos vamos juntas. ¿Qué te parece? ¿quieres contarme por qué estás tan triste?

Claudia estaba sorprendida, ¿cómo se habría enterado su abuela de lo sucedido en el cole? Comenzó a ponerse muy nerviosa y su frente empezó a arrugarse como la de uno de esos perros que tienen tanta piel.

– Pero abuela, ¿cómo te has enterado?

– He visto tu cara y me he imaginado que algo te había pasado, porque esta mañana estabas muy contenta y ahora has vuelto totalmente abatida.

En ese momento Claudia se relajó, nadie había dicho nada, era todo un alivio.

– Pues veras abuelita, es que hoy me he peleado con mi mejor amiga, Paula, porque ella siempre me está diciendo lo que debemos hacer y a lo que debemos jugar. Pero hoy he sido muy egoísta, porque no me apetecía jugar al “pilla, pilla” y le he dicho que si no le importaba nos quedábamos sentadas. Es que me dolía un poco la tripa y cuando a Paula le sucede algo, yo siempre me quedo a su lado. Sin embargo, ella se ha ido a jugar con otras niñas y me ha dicho que soy una egoísta por no querer jugar.

La abuela se quedó unos segundos en silencio, respiró hondo y se acercó a la librería.

Con el dedo seleccionó un minúsculo cuento, lo sacó y lo abrió.

Te voy a contar una historia.

Este libro se llama “La asertividad de Ruth”

Había una vez una pequeña llamada Ruth. Todo el mundo decía de ella que era la niña más buena de la aldea. Ruth siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, aunque tuviese que dejar lo que estuviera haciendo. Era incapaz de decir que no a un amigo y siempre hacía todo lo que la pedían.

Un día, llegó una niña nueva al colegio, se llamaba Marta. Era una niña bastante revoltosa, pero Ruth se presentó y le ofreció su ayuda para todo lo que necesitase.

Marta entendió que Ruth era muy buena y decidió aprovecharse de ella. Cada vez que su mamá le mandaba a hacer un recado, ella llamaba a Ruth y le encargaba que lo hiciera por ella.

Siempre le pedía que terminase sus deberes y no paraba de molestarla con pedidos agotadores.

Ruth siempre estaba dispuesta a ayudar, pero una mañana amaneció enferma y tuvo que decir a Marta que no podría ayudarla con todo lo que la pedía. También tuvo que pedir al resto de personas de la aldea que la dejasen descansar, pues con tanto ayudar a los demás había descuidado su salud y había enfermado.

Pasados unos días, Ruth mejoró y volvió a la escuela, pero para su sorpresa ninguna amiga la quería dirigir la palabra.

En seguida se dio cuenta de que Marta estaba todo el rato cuchicheando a sus espaldas. De pronto, una de sus mejores amigas se acercó y le dijo: “Ruth, eres muy egoísta, estos días hemos tenido que jugar solas y nadie nos ha ayudado a hacer las cosas”

Ruth no entendía como habiendo sido siempre tan buena con todo el mundo, ahora nadie le agradecía su esfuerzo.

En ese momento un niño, que siempre jugaba solo, se acercó a ella y le dijo: yo seré tu amigo. Pero no quiero que hagas siempre lo que yo te diga, al igual que yo no lo haré. Los amigos deben ser sinceros y tenemos que ser capaces de decir “no” cuando algo no nos parezca bien.

Ruth sonrió; ella no estaba acostumbrada a que nadie tuviese en cuenta su opinión. Durante toda su vida se había dedicado a complacer a los demás y nunca nadie había tenido en cuenta si le apetecía o no hacerlo.

Y desde entonces Ruth aprendió el valor del respeto hacia uno mismo y hacia los demás y la importancia de la amistad sin condiciones.

La abuelita dio por terminado el cuento, se quitó sus gafas y se dirigió a Claudia diciendo:

– La moraleja de este cuento, querida nieta, es que hay que saber decir que “no”, con respeto hacia los demás, pero también sabiendo respetar tus propios deseos. No por complacer a todo el mundo vas a conseguir que todos sean tus amigos.

Si alguien no es capaz de tener en cuenta tu opinión, tal vez no te interese tenerlo como amigo o amiga.

En la vida hay que saber decir que no cuando algo no te apetece o no te parece correcto. El respeto y las buenas formas no deben estar reñidos con saber hacer entender cuáles son tus preferencias. Si en algún momento no puedes ayudar a alguien porque estás muy ocupado, debes ser capaz de decir “no”;  a veces hay que dar importancia a tus propias obligaciones.

Así que “NO” Claudia, no te has comportado como una egoísta con tu amiga Paula. Lo único que ha ocurrido es que has encontrado tu asertividad.-

– ¿Cómo? – preguntó Claudia con el gesto torcido.

– Pues eso, que has encontrado tú asertividad. Has aprendido a decir que “NO” cuando ha sido necesario y sin faltar al respeto a nadie. Y lo más importante es que al ser asertivo has aprendido a respetar tus propias opiniones, porque ¿sabes qué? Todos tenemos derecho a dar nuestra opinión, y a ser tenidos en cuenta.

Y ahora, ¿te apetece merendar o te prefieres descansar en casa? Ya sabes tienes derecho a decidir, pues por fin has encontrado tu asertividad.-

– Pues veras abuela, con tanta asertividad se me ha abierto el apetito, así que acepto tu invitación.-

Y tú ¿sabes dónde está tu asertividad? Disfruta con tus amigos y haz que tu opinión se haga respetar.

Beatriz de las Heras García

La pequeña Luciérnaga. Cuento para trabajar la autoestima.

Había una vez una comunidad de luciérnagas que habitaba el interior de un gigantesco lampati, uno de los árboles más majestuosos y antiguos de Tailandia. Cada noche, cuando todo se volvía oscuro y apenas se escuchaba el leve murmurar de un cercano río, todas las luciérnagas salían del árbol para mostrar al mundo sus maravillosos destellos. Jugaban a hacer figuras con sus luces, bailando al son de una música inventada para crear un sinfín de centelleos luminosos más resplandeciente que cualquier espectáculo de fuegos artificiales.

Pero entre todas las luciérnagas del lampati había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar.

– No, hoy tampoco quiero salir a volar -decía todos los días la pequeña luciérnaga-. Id vosotros que yo estoy muy bien aquí en casita.

Tanto sus padres como sus abuelos, hermanos y amigos esperaban con ilusión la llegada del anochecer para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se divertían tanto que no comprendían por qué la pequeña luciérnaga no les quería acompañar. Le insistían una y otra vez, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba.

-¡Que no quiero salir afuera! -repetía una y otra vez-. ¡Mira que sois pesados!

Toda la colonia de luciérnagas estaba muy preocupada por su pequeña compañera.

-Tenemos que hacer algo -se quejaba su madre-. No puede ser que siempre se quede sola en casa sin salir con nosotros.

-No te preocupes, mujer -la consolaba el padre-. Ya verás como cualquier día de estos sale a volar con nosotros.

Pero los días pasaban y pasaban y la pequeña luciérnaga seguía encerrada en su cuarto. Una noche, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela de la pequeña se le acercó y le preguntó con mucha delicadeza:

-¿Qué es lo que ocurre, mi pequeña? ¿Por qué no quieres venir nunca con nosotros a brillar en la oscuridad?

-Es que no me gusta volar-, respondió la pequeña luciérnaga.

-Pero, ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu maravillosa luz? -insistió la abuela luciérnaga.

-Pues… -explicó al fin la pequeña luciérnaga-. Es que para qué voy a salir si nunca podré brillar tanto como la luna. La luna es grande, y muy brillante, y yo a su lado no soy nada. Soy tan diminuta que en comparación parezco una simple chispita. Por eso siempre me quedo en casa, porque nunca podré brillar tanto como la luna.

La abuela había escuchado con atención las razones de su nieta, y le contestó:

-¡Ay, mi niña! hay una cosa de la luna que debería saber y, visto lo visto, desconoces. Si al menos salieras de vez en cuando, lo habrías descubierto, pero como siempre te quedas en el árbol, pues no lo sabes.

-¿Qué es lo que he de saber y no sé? -preguntó con impaciencia la pequeña luciérnaga.

-Tienes que saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches -le contestó la abuela-. La luna es tan variable que cada día es diferente. Hay días en los que es grande y majestuosa como una pelota, y brilla sin cesar en el cielo. Pero hay otros días en los que se esconde, su brillo desaparece y el mundo se queda completamente a oscuras.

-¿De veras hay noches en las que la luna no sale? -preguntó sorprendida la pequeña luciérnaga.

-Así es -le confirmó la abuela. La luna es muy cambiante. A veces crece y a veces se hace pequeñita. Hay noches en las que es grande y roja y otras en las que desaparece detrás de las nubes. En cambio tú, mi niña, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.

La pequeña luciérnaga estaba asombrada ante tal descubrimiento. Nunca se había imaginado que la luna pudiese cambiar y que brillase o se escondiese según los días.

Y a partir de aquel día, la pequeña luciérnaga decidió salir a volar y a bailar con su familia y sus amigos. Así fue como nuestra pequeña amiguita aprendió que cada uno tiene sus cualidades y  por tanto, cada uno debe brillar con su propia luz.

Compilación realizada por Susana Ayuso y Marta Valdés, Psicólogas infanto juveniles del equipo de Apraxia Psicología

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